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1902: nacido un nuevo siglo.

EL AÑO 1902

FRAY BENTOS CRECE Y SE HACE CIUDAD

Había nacido un siglo nuevo. Fray Bentos estrenaba desde hacía muy poco tiempo su asignación como “ciudad”, como capital del departamento de Río Negro y, orgullosamente, había recuperado el toponímico que venía arrastrando la historia y la leyenda desde la centuria del 1600. Se había cambiado el nombre de Villa Independencia por el de Fray Bentos, que justo es reconocer, nunca lo perdió, porque la gente, la prensa y el mundo cuando hablaba o escribía de este rincón del Uruguay, siempre se refería con el nombre del legendario fraile de la cueva del arroyo Caracoles.

Era una ciudad progresista. Con ansias de crecer y acompañar las expectativas optimistas que siempre se dan cuando nace un siglo. La gente estaba embebida de un espíritu diferente y acompañaba esta realidad un momento económico bueno, no solamente en el país sino en los países vecinos. Nuestras producciones eran exportadas en forma impresionante y el puerto del saladero Liebig no daba abasto para su movimiento, en momentos en que ya habían comenzado a surcar el río, además de los tradicionales y viejos veleros y queches, los vapores que señalaban su ruta con los negros penachos de humo.

Los niveles de exportación eran sorprendentes. Los montos que se manejaban eran también impresionantes. Baste comparar que el costo declarado de UN SOLO BARCO, correspondió casi a la misma cifra que Nicolás Mihanovich pagó por comprar la flota del río Uruguay entera, con barcazas, remolcadores, muelles, atracaderos y un astillero con todas sus instalaciones!

En Abril el vapor inglés “Brunhilda” cargaba, con destino al puerto de Amberes, sólo como ejemplo de un día cualquiera de actividad en el saladero: 20.000 cueros vacunos salados; 5334 bolsas de guano de carne pura; 15 bordalesas de tripas saladas; 185 cuarterolas de tripas; 12 fajos de cerda; 3 fardos de garras; 11 fardos de tendones, 1000 cajones de extracto de carne; 200 cajones de grasa; 800 cajones de lenguas conservadas. El mismo día en otro buque salían 650 cajones de extracto de carne.

En abril de 1902, un informe oficial de la Liebig´s decía que el total de la faena entre 1891-1901 había sido de: 1.425.590 animales! llegando desde el primer animal procesado en 1865 a 4.824.277 novillos por valor de 59 millones de pesos. En Mayo de 1902, se pagaron sueldos por $ 44.000.  Sólo los  desolladores cobraron 40 libras esterlinas cada uno!

El saladero, sostén social y económico de la ciudad, estaba, entonces, en franco crecimiento. Ya se pensaba en ampliar las oficinas administrativas contiguas al portón principal y se construían nuevos “cuartos” para dar albergue a los obreros que venían convocados por la oferta constante de trabajo. El sector de “la pandilla” en la ranchada, veía crecer nuevos edificios, así como la zona de los “cuartos de solteros”, en cuyo derredor se juntaban los inmigrantes a comer sus frugales almuerzos bajo los árboles, en los escasos minutos de descanso en las arduas jornadas de faenas.

La Liebig´s Company enfrentaba al gobierno nacional con fuertes reclamos por la rebaja de tasas e impuestos en la exportación de extracto de carne. La demora en los trámites y la no disposición gubernamental de otorgar las prebendas, obligaba en ese entonces a la empresa a buscar nuevos lugares para producirlo y ya se hablaba que compraba el saladero en la localidad entrerriana de Colón. También eran épocas de transmutación tecnológica. La era frigorífica ya era una realidad y el gigantesco emporio fraybentino no podía quedar en la retaguardia. Así que este año se comienza a hablar en serio del tema y el gerente Otto Dütting viaja a Inglaterra para proponer al Directorio Central la posibilidad de introducirse de lleno en la nueva industria de la carne enfriada, donde norteamericanos y canadienses habían ganado la delantera y robaban clientes antes seguros y confiables.

 

LA INAUGURACIÓN DEL KIOSCO.

 El día 18 de julio, toda la población estaba enfervorizada debido al ambiente de fiesta acostumbrado generalmente para los festejos de las fechas patrias. En esta oportunidad, el día era doblemente esperado: por el fausto acontecimiento de la Jura de la Constitución a celebrarse en la plaza que homenajeaba ese hecho histórico y por procederse al acto de entrega de las llaves del kiosco a las autoridades municipales.

De acuerdo a lo que leemos en el Diario “La Campaña”, “A la una de la tarde la banda de música de “La Estrella” establecida en la Liebig´s a cuyo frente iba la Comisión Directiva de la misma, pasó a saludar al representante del Poder Ejecutivo, señor Jefe Político don Antolín Stirling en la Jefatura de Policía donde fueron obsequiados con una copa de oporto, bebida en medio de la mayor cordialidad.

De allí se dirigió al local de la Junta Económico-Administrativa donde fueron igualmente obsequiados, pasando después a la Plaza Constitución, en donde el Señor Gerente de la Fábrica de Extracto de Carne que la Compañía Liebig´s tiene establecida entre nosotros, don Otto Günther, hizo entrega al pueblo, en breves palabras dirigidas al Señor Presidente de nuestra Municipalidad, del precioso kiosco donado por el Directorio de la mencionada Compañía, diciendo que el nuevo donativo serviría de una prueba más del vínculo existente entre la población de Fray Bentos y el establecimiento Liebig´s.

A las palabras del Señor Günther, contestó el presidente de nuestra Junta señor Pérez Vila, agradeciendo la donación y recibiéndose la llave del kiosco, que fue entregada por el Señor Günther. El acto se verificó a las tres de la tarde.

Posteriormente, la Banda de Música de “La Estrella”, ejecutó un variado y selecto repertorio que duró hasta la puesta del sol. “

 FRAY BENTOS: UNA SOCIEDAD PROGRESISTA.

 Mientras la población soñaba con ver colocado el kiosco inglés prometido, continuó haciendo su carnaval a la usanza de la época. La calle Progreso –hoy Zorrilla de San Martín- era la elegida para los festejos. El “cuesta abajo” desde la hoy calle Argentina, bordeado de hermosas casas de importantes vecinos, se convertía en el escenario ruidoso de las carnestolendas. Farolitos venecianos colgando atravesaban cual guirnaldas la calle y cuentan los diarios que don José Cúneo, famoso animador de los corsos de la época, preparaba con ahínco para lucirse a la noche, la comparsa “Los habitantes de la luna” basado en las lecturas del novelista y astrónomo Camilo Flamarión.

La sociedad, aún encendida por los preceptos de solidaridad y fraternidad por los que habían nacido viejas entidades como “La Cosmopolita”, el “Club Unión Oriental” y “La Estrella”, sigue bregando por dar ayuda y apoyo a los inmigrantes que se encuentran por un lado al trabajo seguro, pero por el otro, a la intranquilidad de las situaciones penosas cuando debieran enfrentar enfermedades, retiros forzados por accidentes u otras situaciones adversas. Así, los españoles iniciaban en este año de 1902, sus gestiones para crear su propia Sociedad de Socorros Mutuos, donde “La Cosmopolita” y la “Societá Italiana” habían marcado rumbos desde el siglo anterior.

Una sociedad progresista, de la mano de la bonanza creada por el trabajo, también se daba lugar para expresiones culturales. Es de 1902 el primer antecedente local de un grupo teatral organizado. Dirigidos por Baldomero Roig, un grupo animoso de aficionados presenta en el Teatro Oxilia la obra de Miguel Echegaray “El Dia del Sacrificio” y el juguete cómico “El bigote rubio” y “Tentaciones de San Antonio”. Integran el grupo: Elvira Z. de Roig, Oscar y Roberto Fischer, Adolfo Meyer, Santiago Gilardoni, Pedro Telesca, Raimundo Biscontini, Francisco Fonrodona, Quintina Bartnech, Manuel Quintans, Alfredo Bermúdez, y la hija pequeña del director, Virginia.

También este “productivo” año es cuando encontramos uno de los primeros antecedentes del uso turístico de nuestra ciudad. Las autoridades de la Liebig´s invitaban a integrantes del “Tourist Club” de Buenos Aires para venir a Fray Bentos a hacer viajes de recreación. Los comentarios son por demás halagüeños. Decía una nota de prensa de un diario de Montevideo referido al barrio del saladero:  “Es lindo espectáculo el que le ofrece al “touriste”. Casas muy bonitas, rodeadas de jardines; árboles y plantas por doquier; un derroche de vida, en suma, aparecen ante el excursionista”.

En realidad la ciudad quiere aparecer bonita. Habíamos dicho que el intendente Guillermo P.J. Lynch había adquirido 500 árboles de plátano para plantar en la ciudad. Fue el pionero en la ornamentación citadina. Previendo la futura colocación del kiosco en el centro de la plaza Constitución, se diseñaron canteros llenos de flores y plantas, y la prensa cuenta cómo las cabras –dueñas y señoras de las barrancas contra el río- hacían sus paseos nocturnos por la plaza ramoneando las flores nuevas y despertando sentidas quejas y reclamos de la vecindad hacia los propietarios de los animales que los dejaban sueltos.

También ya estaba definida la idea de dotar a Fray Bentos de luz eléctrica en las calles, tal cual Paysandú y Mercedes. Este año se estaban haciendo los estudios técnicos y los presupuestos del Ministerio correspondiente para concretar la idea. Mientras tanto, el viejo italiano Barbato Cócaro, encargado del alumbrado público, recorría todas las tardecitas las calles con una escalera al hombro encendiendo los faroles a querosene…

 EL KIOSCO EN LA VIDA SOCIAL DE FRAY BENTOS.

 La actividad fundamental en el kiosco, fue reiterar el uso que tradicionalmente se otorgaba a este tipo de construcción, es decir, un escenario para banda u orquesta. Desde épocas de la naciente Villa Independencia, la población contaba con grupos musicales, creados por entidades sociales que buscaron primordialmente una extensión cultural y una forma de nuclear a los obreros (la banda de ”La Estrella”) y a ciudadanos asociados (la banda de música de la Sociedad Unión Oriental), educando en la música principalmente a los jóvenes

Las bandas “La Estrella”, “La Unión”, “La Popular”, “La Lira”, “La Obrera” y las Orquestas “Colón” y “La Unión Oriental”,  brindaban sus retretas en diferentes sitios de la ciudad, aún en la plaza principal antes que existiese el kiosco, aprovechando celebraciones y festejos, encontrando entonces en el escenario instalado en la plaza principal, el lugar acorde para sus funciones domingueras. También ocupaba ese espacio la Banda “Italia Unita” de Gualeguaychú, que venía muy seguido a compartir con sus coterráneos, acompañados por una multitud a la que se recibía en el propio puerto, concurriendo las bandas locales y la población en una real fiesta popular.

 Directores como Juan Passini, Francisco Jacobo, Ceferino Trabuchi, Juan Larrey, Narciso Rada, Tappa, Kennedy, se preocupaban por brindar seleccionados repertorios a la audiencia que concurría a las retretas, donde muchas veces se insertaban composiciones propias, acorde con las celebraciones. No debemos dejar de resaltar la presencia del último director que presentó una ”banda tradicional” en el kiosco, en épocas contemporáneas, como lo fue el maestro Miguel Giarrusso.

De los programas de 1898, extraemos el siguiente listado de composiciones:

·       Retreta Banda en Julio 1895.

Programa: Saudades de minha terra (marcha brasileña)

Vals Gualeguaychú

Fantasía sobre motivos italianos

Mazurca La Sentimental

·       Marcha Golondrinas de Viena

·       Marcha “La Union”

·       Mazurca “Recuerdo”

·       Preludio “Anillo de Hierro”

·       Marcha “Tres Arboles”

·       Vals “A toi”

·       Polka “Luisa mia”

·       Marcha “Un grano fui” (2ª, 3ª y ultima de autores locales)

·       Vals “Perla en el océano”

·       Variaciones para clarinete “Carnaval de Venecia”

·       “Fantasia” – motivos napolitanos

·       Marcha “Crespino e la comare”

·       Marcha “Paysandú”

·       Vals “Poesìa y Música”

·       Cavatina “Ernani”

·       Mazurca “Souvenir de Venecia”

·       Polka “Los Amigos”

·       Marcha “La chilena”

·       Marcha “Cotillon”

·       Vals “Amor di donna”

·       Pasodoble “Cadiz”

·       Mazurca “Amelia”

 

Pero la música no es el único elemento que insertamos en el anecdotario de los cien años de vida del kiosco. Reconocíamos también que a su derredor se convoca la sociedad fraybentina cuando hay algún hecho trascendente que mueve a la multitud. La política, los triunfos deportivos como los reiterados Campeonatos del Litoral de la selección de fútbol o las hazañas sobre la bicicleta de Juancho Tiscornia o del “sordo” Timón, los regocijos por hechos mundiales como la culminación de las grandes guerras, las celebraciones de los estudiantes, los homenajes multitudinarios a los grandes ciudadanos como el Dr. Angel Cuervo, las visitas de Presidentes de la República… 

LA PRIMERA FIESTA GRANDE.

 Después de la inauguración, la primera oportunidad en que la comunidad se pudo encontrar alrededor del kiosco, fue el 25 de agosto de 1902, en los grandes festejos de la fecha nacional. Una comisión de vecinos preparó con lujo de detalles una fiesta popular con bailes, fuegos de artificio y una acción solidaria de reparto de comida para la gente menos pudiente. No dudamos que también hubieran las famosas “carreras de sortijas” que hasta años anteriores se hacían clausurando la calle principal y colocando “la argolla” para que embocaran los jinetes en la intersección con la hoy calle Treinta y Tres Orientales…

Enfrente a la plaza, en los hermosos salones de la Sociedad Cosmopolita, un grupo de jóvenes niñas de la sociedad fraybentina, organizaron un “recibo”, tertulia acostumbrada para reunir a las familias en torno a un acto festivo donde se sorteaban obsequios y se disfrutaba de juegos de salón y entretenimientos, siempre a favor de entidades de beneficencia.

Cercano ya el fin de año, por Noviembre, el fervor de las instituciones se volcaba hacia la organización de las “romerías”, fiestas populares de tres días de duración donde las entidades se invitaban mutuamente a disfrutar de un encuentro ameno, de jolgorio, música y diversiones. La “Sociedad Cosmopolita” hacía las fiestas en los montes de eucaliptus de la “quinta de Laureles”, propiedad de la Liebig. Y la “Sociedad La Estrella” rememoraba con fiesta similar en las barrancas detrás del saladero, donde hoy cruza la ruta panorámica hacia Las Cañas.

En los días previos a cada fiesta, un grupo de organizadores preparaba todo: en el camino se colocaban verdaderos portales de bienvenida con palmas y ramas que se iluminaban a la noche. En el ingreso a la romería del saladero, había orgulloso un cartel de bienvenida que decía “Unión y Trabajo”. En el predio, se marcaba un espacio para el escenario central donde tocarían las bandas y alrededor, cual corro colorido, las instituciones sociales eran amistosas rivales a ver cuál de todas tenía mejor carpa, con piso de madera, iluminados con faroles venecianos y con los pabellones de cada país flameando con la brisa del río Uruguay.

  Llegado el momento, a la mañana del día señalado, las bandas de  música recorrían el pueblo desfilando a medida que hacían sonar los compases de marchas que encendían el ánimo con entusiasmo. La gente salía de sus casas y se sumaba a una procesión civil en aumento que pasaban primero por el municipio a invitar al Intendente; luego lo hacían por la Jefatura de Policía a saludar el pabellón nacional y por la puerta de cada una de las sociedades, donde socios y simpatizantes esperaban su turno para sumarse a la alegre caravana con sus pendones, banderas y estandartes. Después, todos juntos, mientras hacían estallar cohetes y bombas salían del pueblo y se encaminaban hacia el lugar de la fiesta en medio de la música de las bandas y de vez en cuando con gritos enfervorizados y entusiastas de “Viva la Sociedad Cosmopolita!”, para que otros coros respondieran “Viva La Armonía!” o “Viva la Sociedad Cosmopolita!”…

En el predio, esperaban, ya armadas y prestas a recibir sus ocupantes que se dedicarían a divertirse, las carpas “La Cosmopolita”, “La Armonía”, “Juventud Unida”, “La Popular”, “Unión Oriental”, “La Estrella”, “La Esponja” y “La Secreta”…

Estas fiestas eran una verdadera congregación social y un atractivo regional. La prensa estimaba en 1902 que más de 400 personas habían venido nada más que de Mercedes, Paysandú y de Gualeguaychú. Desde la vecina ciudad entrerriana, decenas de embarcaciones y centenares de pasajeros acompañaban a la Banda “Italia Unita” a la que iban las bandas locales a recibirla al puerto y a los gritos de “Viva la República Oriental!” y “Viva la República Argentina”! cruzaban las polvorientas calles de tosca fraybentina para perder sus sones musicales entre los montes aledaños y volver a aparecer, allá a lo lejos, sobre la peña descubierta de árboles de las barrancas enhiestas que le enseñaban al navegante la situación privilegiada de Fray Bentos…

Sin duda que estos acontecimientos generaban miles de anécdotas. Muchas de ellas permanecían en el recuerdo de la gente hasta las próximas “romerías”. Casualmente, un suceso en 1902 –nuestro año del recuerdo en esta publicación- nos deja patente marcado el sentido de hermandad y solidaridad reinante en estas fiestas.

Estando reunida la gente en la barranca detrás del saladero, algunos notaron que en el río una pequeña embarcación y sus ocupantes estaban en apuros. El barquito zozobraba a la vista de todos. No demoraron en salir presurosos muchos de los espectadores al salvataje y en minutos de angustia vieron cómo se producía el rescate de los náufragos.

El grupo –náufragos y salvadores- llegaron a la costa, donde la multitud esperaba impaciente y expectante. El ambiente se llenó de gritos alborozados y mientras llevaban al hospital a uno de los tres accidentados que estaba maltrecho, los otros dos se vieron levantados en andas y transportados como héroes sobrevivientes hacia el lugar de la fiesta. Entre los vecinos, de inmediato hicieron una colecta popular para ayudar a los hermanos –argentinos- que habían tenido el percance y que se encontraron con la solidaridad de los orientales que convirtieron la romería en una verdadera fiesta particular en homenaje a su suerte!.

 EL KIOSCO Y SUS PERLAS

FUEGOS DE ARTIFICIO Y GLOBOS DE COLORES

 La plaza, ya con su kiosco en el centro, continuó siendo, como antaño, el lugar de reunión y festejos, así como lugar para eventos culturales. De éstos, los más interesantes y de mucho público eran los organizados por la Societá Italiana di Mutuo Soccorso, cuyo edificio estaba enfrente. No había fiesta –sobre todo los 20 de setiembre- que no se culminara con una democratización de los festejos que del interior de la sede, exclusiva para asociados, pasaba después a la plaza Constitución.

Se armaban guirnaldas y espectáculos de fuegos de artificio, los que eran presentados mediante “series” que se quemaban consecutivamente y cada una tenía nombres adecuados al tipo de motivo creado para los fuegos. Sueltas de globos, de palomas y juegos de entretenimiento para toda la gente, en especial para los chicos, llenaban la plaza y generaban comentarios de admiración que duraban semanas en aplacarse.

Las damas, con sus vestimentas y atuendos propios de los primeros años del siglo, se paseaban y hacían corrillos, comentando las novedades pueblerinas, mientras los niños disfrutaban corriendo las cabras que eran el terror de los jardineros. Los animales, que se habían aposentado en la zona costera de las barrancas, se aprovechaban de la desidia de algunos, de la despreocupación de otros y más que nada de la pasividad de la gente y se venían a la plaza a ramonear de los arbustos y plantas que tanto trabajo daban a los peones municipales colocar.

 FÚTBOL Y KIOSCO. ETERNO AMORÍO

 Si bien el carnaval fue en la vida del kiosco el evento que congregó mayores multitudes, fue otra pasión pueblerina la que batió los récords en la cantidad de veces que motivó a la gente a juntarse espontáneamente a su alrededor: el fútbol.

“Los triperos” o “panzas rayadas” –motes a los fraybentinos por su ascendencia de trabajadores frigoríficos y por la camiseta a franjas que caracterizaba al deporte rionegrense- fueron dueños casi absolutos por décadas de campeonatos futboleros en la región y a nivel nacional. Para escuchar las trasmisiones radiales, para festejar los triunfos, para recibir a los héroes de la pelota de cuero, para llevar “a babucha” a los goleadores, para ensalzar la hidalguía, la bravura y la “garra” de nuestros jugadores, el kiosco fue un gran compañero.

Hubieron siempre –antes más que actualmente- tiempos de “Uruguay Campeón!”. Recuerdan los memoriosos que en el comercio de Ruggiero, en la intersección de 18 de Julio y Treinta y Tres Orientales, se colocó un parlante gigantesco y atronador para escuchar los relatos de la final de 1930. También el kiosco lloró y gritó desde su estático baluarte en el centro de la Plaza, acompañando las roncas gargantas de los enloquecidos campeones del mundo.

Podrá haber habido la alegría de un triunfo o las lágrimas de una derrota. Pero el kiosco estaba siempre en el centro, ya silencioso y en penumbras, ya pletórico de música y de gurises que se apretaban los dedos con la pesada puerta de hierro que el Maestro Giarrusso cerraba tras de sí como si entrara a su recinto sagrado a dirigir con gestos “de Director” y tras tres golpes con su batuta sobre el atril, zambullirse en un mar de bombo y platillo, redoblante, trombones, flauta, trompetas, violines y violonchelos…

 DESDE MAZURCAS A

CANCIONES CON CAÑA Y PAPEL

 Con  más razón anteriormente a la década del ´40 cuando se construyó el anfiteatro de verano, la Plaza Constitución, así como los balcones de la propia Intendencia, eran los escenarios perfectos para nuclear a los miles de fraybentinos enloquecidos por los concursos de agrupaciones de carnaval.

Febrero era el mes del kiosco. Era difícil en cualquier otro acontecimiento del año, nuclear tanta gente a su alrededor como cuando se hacía allí las finales de estos eventos donde la algarabía del pueblo, con la salsa picante de la sátira, derramaba en canciones picarescas y alegres el acontecer pueblerino pleno de anécdotas  y de críticas. “Los Comprimidos” y “Los Calabreses” se sacaban chispas, alternando año tras año en el primer puesto.

El ya viejo techo de madera machimbrada del kiosco, devolvía en mágica reverberancia, ora las notas altisonantes y desafinadas de los murguistas, ora las melodías cadenciosas de los tangos, ora los “solos” de redoblante del centenario “Cheche” Odella y fue guardándose cada sonido para hacerse una sinfonía propia, atesorada entre los arabescos de las rejas de hierro fundido en la misma Inglaterra…

Como pocas actividades sociales, el carnaval es un evento social aglutinante. Durante muchísimos años, el “centro” de la ciudad era la misma Plaza Constitución y a nadie se le hubiera ocurrido hacer una fiesta tan tradicional como el carnaval en otro sitio.

Los días feriados eran precedidos de una gran tarea de la “Comisión de Turismo y Fiestas”. Hombres tradicionalmente dedicados a las festividades, eran responsables de esta planificación. Las calles eran atravesadas por guirnaldas especiales, donde las luces de colores formaban arabescos y figuras en un marco de madera. La gente se disputaba por el sorteo de lugares donde ubicar el “kiosquito” para la venta de serpentinas, papelitos, gorros, chifles y matracas.

Llegada la fiesta, los parlantes chillaban con su sonido metálico no estruendoso y el “corso” comenzaba a desparramar color, bullicio y desenfado en estos días de locura y despreocupación en que los fraybentinos “daban vuelta a la plaza”.

Los varones en un sentido y las niñas (con sus mamás o chaperonas) en sentido contrario, lo que producía dos encuentros fugaces de miradas creadoras de quién sabe cuántos amoríos nacidos en la semana de Carnaval.

El kiosco no estaba impasible. Participaba desde el centro de la plaza dejando que los chiquilines entraran y salieran de él, o también era el escenario perfecto para que allí “tocaran” las orquestas que amenizaban los bailes populares y los concursos de baile que se extendían hasta mucho después que las doce de la noche marcara el final del corso oficial…

 UNA AMARGA ANÉCDOTA

 Los festejos de carnaval de febrero del ´42 fueron interrumpidos en pleno jolgorio que llenaban la plaza, mareándose los fraybentinos alrededor de la plaza, dando vueltas y vueltas entre carros adornados, máscaros y murgas de canciones desafinadas, más una caravana de autos de quienes en la época tenían la suerte de poseerlo. Los chillones sonidos de los altoparlantes, difundieron la noticia de la muerte en Montevideo del Dr. Angel Maximiliano Cuervo, un benemérito hombre que a través de la medicina y de su práctica se metió en la piel del pueblo, a la vez que hizo trascender su bonhomía por el medio rural donde concurría sin hacerle caso al clima o a los caminos fangosos para estar al lado de un paciente necesitado. No obstante, esta dedicación no le quitó al Dr. Cuervo el tiempo y la inspiración para hacer exhaustivas investigaciones que marcaron verdaderas enseñanzas para la medicina nacional.

El kiosco se quedó solo y las guirnaldas que atravesaban de lado a lado las calles, permanecieron como lagrimones de colores, derramando la luz en la calle desierta. Nadie dio la orden. Todo el mundo se retiró en silencio y la algarabía se tornó un duelo. “Los Locos del Paraíso”, que cantaban en un tablado en las afueras de la ciudad, acallaron sus voces cuando el boca a boca llevó, cual reguero de pólvora encendida, la mala noticia a los confines del pueblo.

La comunidad entera se núcleo en un programa de homenaje que tuvo como escenario a ese kiosco de la Plaza que recogió una vez más el sentimiento popular en un silencio sobrecogedor donde resaltaron sólo las palabras de quienes exaltaron la personalidad del ilustre muerto.

 ¡TERMINÓ LA GUERRA!

 El anuncio de la culminación en Europa de los horrores de la Segunda Guerra Mundial, fue, consecuentemente, una fiesta de todos. En una sociedad  donde mayoritariamente todavía existían los inmigrantes directos de los castigados pueblos del Viejo Mundo, todos se autoconvocaron al centro de Plaza Constitución. El kiosco sirvió de estrado, como tantas otras veces. A lo lejos, se sentía el sonido aullando del “pito” del ANGLO, insistente lanzado al aire, esta vez no para convocar al trabajo o anunciar el fin de la jornada, preanunciando la caravana de dos mil bicicletas levantando la polvareda de tosca en las calles fraybentinas, sino para adherirse al júbilo popular, al igual que las sirenas y pitazos de los barcos cargueros que pululaban en nuestros dos puertos o esperaban en la rada para operar.

Uno de los oradores para referirse emocionado al evento, fue el Profesor  Laborde. Emocionadas palabras arrancaron los aplausos y las lágrimas de todos los que rodeaban el kiosco y que compartían la alegría por el triunfo de la democracia y el advenimiento de la paz.

En cierto momento, en medio del encendido discurso, el profesor tambaleó y cayó desvanecido. Nadie pudo hacer nada por él. Un paro cardíaco lo había matado al instante.

 PIRATAS, ESTUDIANTES Y TROMPETAS

 Los bailes de la Sociedad Recreativa Juventud Unida y de la Sociedad Recreativa La Armonía, frente a la misma plaza, descerrajaban luces multicolores y ruido que se expandía por doquier, escapándose al exterior, mientras el kiosco esperaba el momento en que la madrugada les trajera a los bailarines a su alrededor.

En efecto, cuando el calor y el fragor de cientos y cientos de máscaros disfrazados de escolares o de piratas llegaban al clímax, como por arte de magia, la Orquesta “Los Estudiantes” iniciaba una emigración espontánea que llevaba a todos fuera del edificio del baile. Guiados por la música de los trombones, trompetas y saxos que iban encabezando la farándula, la gente se apropiaba de la plaza y el kiosco se llenaba de ruido y de multicolor carnaval con las orquestas en su centro a la vez que todos se movían frenéticos alrededor, como si la fiesta recién comenzase.

No obstante, el sol ya alumbraba en el nuevo día y cada cual apostaba (en aquellas épocas de bailes como máximo hasta las cinco de la mañana) a llegar al límite de las ocho. Los obreros que iban al ANGLO a trabajar, se detenían curiosos para presenciar brevemente el ruidoso festejo y algunos de los danzarines recordaban, apesadumbrados, que para ellos también era la hora de dejar de bailar y entrar a trabajar.

 TRASLADAMOS EL KIOSCO…

 Un hecho muy significativo que demostró el arraigo popular del kiosco y del sentimiento de la gente hacia él, se vivió en la década de los ´70, cuando el período de gobierno militar. Ocupaba la Intendencia  el Coronel Carlos Sagrera, quien decidió en determinado momento embellecer la “Plaza Hargain”, al ingreso de la ciudad por la zona del puerto. La idea era trasladar el kiosco hacia ese lugar, otorgándole al mismo un emblemático entorno acorde con el barrio donde nació la ciudad a mediados del siglo XIX. Consecuentemente, en el centro de Plaza Constitución, en el sitio del kiosco, se emplazaría una moderna fuente con aguas danzarinas y luces de colores.

No obstante la propuesta no era deshacerse del monumento, y descuidando la situación político-social del momento, la población hizo sentir sus contradicciones y elevó sus protestas que hicieron desistir al ejecutivo comunal del proyecto.

No obstante, durante el período de facto, se realizaron las modificaciones que dejaron a la Plaza Constitución tal cual está hoy. Bajo el mandato del Cnel. Edison Pacheco, se modernizó el paseo público, plantándose nuevos árboles y construyendo un nuevo pavimento que desplazó definitivamente de sus caminos y senderos a la piedra colorada molida (arenisca de Mercedes). Casi nadie de quienes pisaron durante años estas características piedras, se enteraron que eran los restos de terrenos geológicos antiquísimos que resguardaban pequeños tesoros: las huellas fósiles de nidos de insectos que poblaron la región más de treinta millones de años atrás…